Una historia épica y diferente. Entregada para un concurso que no gané: Fundación Juan Manuel Flores Jimeno.
La bruja, el dragón y la princesa.
En una época inexistente, muchos años atrás que realmente no pasaron, había un reino
fantástico que verdaderamente solo constaba de un castillo el cual no era más que una
sola torre, donde vivían encerrados una princesa y un caballero.
Gobernados por un dragón, ambos cumplían condena.
La torre no tenía entradas ni escaleras, poseía una sala cubierta con una sola ventana
que no tenía ni cristal ni cortina. En esta sala vivía el muchacho, siempre melancólico.
La princesa vivía al descubierto en lo más alto de la torre en escasos metros cuadrados.
Y sin inmutarse por las tormentas, al frío o el calor, ella parecía estar esperando.
Esperaba con una media sonrisa en la cara a que su príncipe azul llegara.
El dragón que no era malo, cuidaba a sus dos invitados, guardándolos del mundo y
nervioso observaba cada movimiento nuevo que realizaban.
En ese remoto lugar no había nadie. El dragón estaba allí sin motivos pero el sentía y
sabia que allí debía estar.
Aunque nadie conozca el motivo por el cual estos tres seres viven en el abismo, dice
una leyenda que una extraña bruja los castigó a los tres por no obedecerla. Pero
preguntando a la bruja, observaremos que ella es buena.
Ya sé lo que pasó, y no preguntéis porqué. La princesa se encerró sola en la torre, y un
día el dragón la vio solitaria y perdida en sus pensamientos. Él empezó a hablar con ella
y pasando los años se hicieron amigos.
Un día la princesa dejó de hablar al dragón, pero este no marchó. Su deber era
protegerla.
Dio la casualidad que cierto día del año que no fue más que el destino, que un caballero
pasó por aquellos pasajes, y la princesa le gritó al verlo. El dragón se exaltó al volver a
oír su voz y fue a ver que la había incitado.
El muchacho al ver a la criatura se asustó, tomó su espada y quiso luchar contra el. Pero
el dragón se rió y rápidamente ambos entablaron una entretenida y agradable
conversación.
Paso el tiempo que realmente no pasó, y el caballero miró hacia donde se hallaba la
princesa qua apoyada en la piedra sonreía mirando hacia el. Para el muchacho el tiempo
pudo haberse detenido, pero la princesa no compartía esa sensación, por lo que al
decirle que la amaba, la princesa lo rechazó y este triste de por vida, fue encerrado en la
melancolía de la estancia cubierta de la torre.
Nunca más volvió a hablar.
Los tres cautivos permanecieron allí sin decir nada, y esto duró años.
Retornando al día en al que empecé a narrar esta desilusión, el día en que todo ya era
monótono y que la bruja que miraba su espejo, tan amable y dolorida hacia su pregunta
al viento:
-El espejo a de hablar; espejito, espejito ¿encontraremos los cautivos el amor?
Entonces el espejo dejó de reflejar la belleza de la bruja y en su centro por primera vez,
apareció la imagen de un corazón entero.
La bruja se sorprendió, pues siempre aparecía un corazón roto. Pero esta vez, estaba
segura de que eso significaba algo malo...
Esa misma tarde llamaron a la puerta de la hermosa casa de la bruja. Era como un piso
en un alto edificio de muchas plantas, habitaciones y en el cual solo habitaba la bruja.
Al abrir la puerta contempló a un hombre muy mal vestido. Sus cabellos salvajes y
sucios, sus ojos castaños y su sonrisa delataron a la bruja que aquel hombre era un
príncipe.
Tras esa sonrisa sintió maldad, pese a ello lo dejó entrar a su casa y el muchacho
empezó a contarle a la bruja todo lo que le había pasado.
Él provenía de una familia pobre, no muy pobre pero tampoco con dinero. Era el
príncipe azul destinado a una princesa pero por el camino se enamoró de una joven
mayor que él, muy apuesta y conquistadora.
Vivieron juntos durante años que realmente no pasaron, e incluso se casaron y en su
infiel matrimonio la joven se escapó con su amante y su hijo, dejando al príncipe en la
miseria de la soledad.
Entonces recordó que su princesa aún no había sido rescatada, y fue a por ella.
Realmente no sabía en que lugar se hallaba la princesa destinada y preguntando por los
pueblos y ciudades, conquistaba con su no belleza los corazones de las damas
afortunadas de no ser princesas.
Cuando vio aquella gran mentira que no era más que la verdad, sintió melancolía por su
amada la doncella y pensó que no le vendría mal la ayuda de una gran hechicera.
La bruja un poco histérica decidió ayudarle, a él y a la princesa. Ella si sabía el paradero
de la joven y partiendo en su busca emprendieron su viaje.
El príncipe curioso le preguntó a la bruja acerca de su juventud, de su infancia. Y la
bruja muy amable, viendo que el joven la estaba cortejando, empezó a decirle:
-Has de saber que desde que nací, no me atraen los hombres, lo siento pero me parecen
unos estúpidos sin sentimientos. Por ello desde hace tiempo busco a una mujer que
satisfaga mis deseos.
La bruja provenía de una extraña familia. Su madre era vampiro, su padre un zombi,
pero ella era hija del vecino que era mago.
Ya casi llegaban al abismo donde se ubicaba el castillo y a la princesa le empezó a latir
fuertemente el corazón.
El caballero que vivía en la torre se percató de ello y con furia, celos y tristeza, no pudo
evitar derramar unas lágrimas al vacío.
El dragón, muy amable, consoló al joven, le sonrió y este dejó de llorar. Ambos se
limitaron a ver que ocurría con la princesa y su príncipe azul.
El príncipe vio desde la lejanía a la princesa y sintió que sus penas se desvanecieron. Se
enamoró de ella.
La bruja le dijo al príncipe que le debía pedirle perdón a su princesa por todo lo que
había hecho en el camino por rescatarla.
Él asintió con la cabeza y fue corriendo hacia la torre.
Cuando vio al dragón no pudo evitar sobrecogerse pero la bruja le aseguró que no le
haría nada. El dragón era la madre de ella y de la princesa que en lo alto de la torre se
hallaba.
A pesar de que la bruja dijo esto, el joven príncipe quiso asegurarse, pues el dragón era
un hombre.
-¡Dragón!-Gritó con su espada de madera en la mano-¿Eres tu la madre de la princesa?
-Esa es una pregunta difícil de explicar.-Respondió el dragón.
Cuando el dragón dijo esto, el príncipe sintió que nunca sabría la verdad. Pero entonces
el dragón se lo explico todo.
En un momento en el que el dragón y la princesa estaban solos en la torre, cuando aún
la princesa hablaba, ella le dijo al dragón “Mamá” y desde ese día fue su madre.
El príncipe se extrañó pero quedó convencido con la historia.
Todos menos el caballero, estaban ansiosos por ver a los destinados juntos de por vida.
Pero en el momento en el que el príncipe subía a lomos del dragón para alcanzar lo alto
de la torre, apareció corriendo la doncella con sus ojos suplicantes, abrazó al príncipe y
este se desmoronó ante ese amor repentino y empezaron a llorar mientras se besaban y
la doncella explicaba que su amante mató a su hijo y la abandonó en la riqueza de su
palacio.
Todos quedaron perplejos, la princesa no sabia si reír o llorar, el dragón intentaba
calmar a la princesa y el caballero sintió una desagradable alegría en su corazón.
La bruja quedó boquiabierta y la doncella desde los brazos del príncipe le sonrió como
coqueteándola.
El príncipe no se disculpó ante nadie, y se marchó de aquel abismo con la doncella de la
mano.
A esto que el amante de la doncella apareció pidiendo perdón a esta y suplicando otra
oportunidad, ofreciéndole amor y riquezas.
La doncella aceptó encantada y dejó al pobre príncipe en ascuas.
Entonces volvió al castillo donde la princesa había bajado de la torre, el caballero que
ya reía, también había bajado. Y el dragón y la bruja hablaban junto a los otros dos de
las cosas de la vida.
Al verlo, la princesa algo triste, aún le seguía amando. Pero todos le echaron una
enfadada mirada al joven. Comprendió que no debía quedarse y en el intento de irse, la
princesa le detuvo.
Todos se quedaron expectantes ante esta reacción después de todo lo que le había
pasado.
El príncipe entonces comprendió todo el mal que había hecho y pidió perdón. Pero no
un perdón de los que realmente no existen. Ni un perdón compasivo. Ni el perdón que la
bruja le dijo pedir. Un perdón de corazón.
Realmente el sintió que pese a su comportamiento con la princesa ella le seguía
aceptando, y entristecido descubrió que al retenerle, ella le estaba perdonando. Con una
sonrisa en la cara lo acercó donde los demás estaban sentados y allí todos parecieron
perdonarle.
Nadie sabe que pasó desde aquello. No saben con quién se casó la princesa si es que se
llegó a casar. Tampoco saben como aparecieron en el momento preciso la doncella y el
amante.
Y es que realmente, de verdad de verdura, esta época inexistente no es otra cosa que
inexistente.
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